jueves, 28 de junio de 2007

Ídolos: ¿guerreros o pacíficos?

Todos hemos escuchado alguna vez el término idolatría como una palabra vaga de nuestro vocabulario o simplemente lo llamamos vocabulario desconocido. Les diré que, idolatría, proveniente de ídolo, significa “tomar como ídolos cosas que no son sobrenaturales ni trascendentes”. Y quizás se preguntan por qué hablo de esto si solamente es una palabra vaga de nuestro diccionario.
Ustedes nunca se han preguntado ¿quién es su ídolo? Recuerdo que hace un par de años me plantearon esa pregunta y como mucha gente respondí, mi mamá, porque ella era la más linda, la más inteligente, la más simpática, en fin, la mejor mamá. Y ahora unos años más tarde me pregunto ¿quién será el ídolo del mundo? o ¿quién ha sido un ídolo en esta civilización?
No es fácil responder a esta pregunta. Un ídolo debería ser un ser superior que debe tenerlo todo… o casi todo, porque como dicen: nadie es perfecto.
Quizás un líder o un ídolo de la Edad Contemporánea sería Juan Pablo II, que hoy es recordado en la memoria colectiva como un hombre que luchó por la paz y el mejoramiento de la sociedad. Y que esperaba de alguna manera hacer llegar el evangelio de Dios y predicar acerca de sus enseñanzas, logrando así una mayor unidad en el mundo católico. Esto lo llevó a cabo atreviéndose a viajar por todo tipo de lugares y dejando su mensaje a creyentes y no creyentes.
Uno de sus viajes más recordados fue la visita que, en el año 2000, realizó a Medio Oriente. Recorrió Tierra Santa en momentos en que el conflicto entre palestinos e israelíes estaba en pleno desarrollo. Ahí también se atrevió a dejar su mensaje: “¡No piensen que vuestra presente condición los hace menos importantes en los ojos de Dios! ¡Nunca olviden vuestra dignidad como hijos suyos! Acudamos con confianza todos al Señor, y pidámosle que inspire a aquellos en puestos de responsabilidad a que promuevan la justicia, la seguridad y la paz.” (Discurso a palestinos, Juan Pablo II, 22-03-2000)
Sin embargo no todos los ídolos son iguales. Si bien, el personaje principal de la novela épica escrita por el poeta chileno, Vicente Huidobro, “Mío Cid Campeador” es un ídolo reconocido en el mundo medieval español, tiene características muy distintas.
Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como Mío Cid, vino al mundo en el siglo XI, gracias a Diego Laínez y Teresa Álvarez, para ser un gran héroe desde el momento de su procreación, como podemos ver en las palabras de su padre:
“No sé, no sé qué tengo, mujer; pero se me figura que no soy yo el que ha realizado el simple acto de amor, sino que todo el universo el que ha realizado en mí. Se me figura que he cumplido un designio. Esta noche tiene gusto a milagro.” (pág. 24, Vicente Huidobro)
Claramente sus padres cumplieron un designio para la comunidad española. Rodrigo Díaz de Vivar salvaría a España de la invasión de los moros y de la religión musulmana, gracias a la ayuda de todos sus seguidores como Per Vermúdez, Muño Gustios, Álvar Fáñez y Martín Antolínez. Con ellos conquistó Valencia, la gran ciudad de España, un hecho fundamental gracias al cual más tarde lo describirán como el hombre del triunfo, el que no tiene vallas imposibles en la vida, el que pasará a ser el gran héroe de España en sus tiempos.
“Mirad al Cid en las batallas, es más genio que talento. Es el hombre eléctrico. Al genio puede fallarle la inspiración, al talento pueden fallarle los cálculos, al hombre eléctrico no le falla la electricidad. (…) Sin duda alguna, la calidad de nervios, de sangre, de huesos y músculos del Cid es superior a la de todos los hombre conocidos.” (pág. 150, Vicente Huidobro)
Este gran personaje de la Edad Media, con fuertes valores inculcados por sus padres desde su nacimiento, no era sólo un guerrero, sino también un hombre de gran sencillez. Fue, según el relato cuenta, un hombre especial: un guerrero jugado, que a través de las armas pudo sacar adelante a su país, pero también profundamente humano. Un hombre sensible, que llora, se enamora y sufre como cualquier otro.
“El Cid entra en la categoría de los elementos, pero no por eso deja de ser hombre, es un elemento profundamente humano. (…) El Cid Campeador es un hombre que llora, que sufre. (…)” (pág. 151-152, Vicente Huidobro)
Como vemos, el Mío Cid representa un ídolo más bien heroico, quien a través de diferentes hazañas y gracias a sus miles de seguidores, va ganando tierras junto a un gran botín, pasando a ser un hombre valiente y guerrero. Pero este no pretende ser un héroe, sino que ser recordado a través de los años y conquistar tierras.
“El corazón de España se dilata a ese solo nombre y se hace universal. (...) La multitud se hace una sola garganta para gritar: -¡Viva el Cid Campeador! (…) El nombre sube, sube al espacio, se condensa, se electriza y vuelve a caer sobre la tierra en lluvia de heroísmos. -¡Viva el Cid Campeador! (...) El heroico nombre, enredado en laureles, forma un nido de águila en el punto más alto de la historia (…)” (Pág. 105-106, Vicente Huidobro)
En cambio Juan Pablo II, nos produce otro tipo de admiración. Un modelo que también busca el mejoramiento de la sociedad, pero por un medio muy diferente, la paz. Lo hace en forma totalmente pacífica y sin contraponerse con nadie.
Pero si buscamos ídolos más parecidos a lo que llamamos una idolatría guerrera en los tiempos de hoy, hay ejemplos en líderes políticos como el Presidente norteamericano George Bush o el populista presidente venezolano Hugo Chávez, que buscan que los apoye la población de los países que gobiernan. Sin embargo, aunque mueven seguidores, también generan mucha oposición y crítica, y es tan polémica su gestión que su autoridad o liderazgo no puede ser comparada siquiera al peso moral y la enseñanza que hace recordar a Juan Pablo II.
Hoy el mundo valora y quiere la paz. Lo más probable es que si trasladamos al Cid, ese héroe ficticio, a la Edad Contemporánea, claramente ya no sería un ídolo, ni motivaría tanto apoyo como el que muestra la novela épica.
Hoy en día buscamos una persona que mejore el país pacíficamente y no buscamos a un gran guerrero. La sociedad ha cambiado, ya no se pelean las tierras, y los líderes verdaderos no buscan sólo honor, gloria y fama para ser recordados por años, ni realizar hazañas donde competir de esa manera.
Como hemos podido ver, en la historia real o ficticia ha habido diversos tipos de ídolos y nunca dejaremos de tenerlos presentes. España recordará al Mío Cid como un ejemplo de buen vasallo, un hombre muy inteligente, leal, noble, muy confiable y compasivo, un gran guerrero, generoso y justo a la hora de repartir el botín ganado y principalmente un modelo de líder. Al igual que hoy en día recordamos a ese buen hombre que siempre quiso guiar al mundo a través de la paz y el amor, como Juan Pablo II.
Ahora solamente me queda pensar, ¿quién será nuestro próximo líder?

Bibliografía:
1.- Huidobro, Vicente. (1985). Mio Cid Campeador. Santiago de Chile: editorial Andrés Bello, 7º edición.
2.- Territorios Palestinos (2000). Recuperado el 8 de Junio 2007 de www.ewtn.com/tierrasanta2000/news.htm

Josefa Contrucci Hohlberg

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